lunes, 5 de septiembre de 2011

Oda a Salinas


Oda a Salinas
Hoy mi amistad estrena
por ti con virgen pie montes y llanos,
y mar y cielo ordena
en versos cotidianos
en el atlas bivalvo de tus manos.
Tú, en la playa errabunda
de mi avidez cordial, tiende el exacto
nivel de tu profunda
marea, y selle el pacto,
en páginas de arena, eterno impacto,
mientras guío el redondo
caudal de mi entusiasmo hacia las minas
de luz en cuyo fondo
tus voces disciplinas
jugando resonancias diamantinas,
de estrellas en retraso
estrujando racimos en tu pozo,
administrando el paso
al apetito mozo,
en una eterna víspera del gozo.
*
Ahora que, peregrino
por pistas de recodos musicales,
frente y saludo inclino
a rozar tus umbrales
verdes con frescas sombras de parrales,
  mira que, si no nuevo
verso, sí nueva voz traigo a tu oído:
mi mocedad, al cebo
del canto no aprendido
que teje entre tus dedos su latido.
De humanada —si pura—
belleza, me eres fuente —o ya colmena—
que sangre de hermosura
precipita en la vena
que el alza y baja de mi vida ordena.
Déjame que amaestre
mi agraz inexperiencia en tu madura
madurez, y que adiestre
mis fugas de aventura
en tus campos, cuadrados de mesura:
Que me doctore deja
en tu suma de esencias y sabores,
y, clandestina abeja,
hurte en tus obradores
secretas cifras de inventadas flores.
Mi aliento reconstruya
sobre la agenda en blanco de mi vida
la clave de la tuya,
cuyo compás me mida
pulso y pisar, con música no oída.
Que yo sé tu incansable
agavillar cosechas de minutos,
segador insaciable
a que rinden tributos
Norte, Sur, Este, Oeste, en flor y frutos,
y te sé navegante
de cielos, de paisajes y oceanos,
por brújula el diamante 
que alumbra entre tus manos
escorzos y perfiles ciudadanos,
creando en tu cuaderno
no el solitario estéril de los días,
mas su esqueleto eterno,
sin grúas ni Gran-Vías,
argonauta de todos los tranvías,
poeta —humano aliento
que el perenne pulmón del mundo exhala:
humo azul no, en el viento
efímero, pero ala
de acero, inmune a zarpa, soplo y bala.
*
A tu costa hoy arribo,
latiendo mis sirenas en jauría
cuyo clamor inscribo,
violento, en la bahía
que abre tu paz ante la audacia mía,
piloto sé, y hermano,
a esta mano de ciego que encomiendo
al calor de tu mano
en tanto que desvendo
mis ojos, y a tu oído mi voz tiendo;
porque no he de volverme
a la mar si tu mano no me guía
a la isla en que duerme,
desnuda —al tacto, fría;
por dentro, brasa—, en perla, la poesía.



Salamanca, enero 1928.
José María Quiroga Plá
Carmen, época 1, 1928 Marzo, Número 3-4


Versión auditiva de la obra

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