martes, 6 de septiembre de 2011

Sonetos a Sibila

Ya aguardan en el álbum de la puerta
el blanco delantal, la cofia blanca
—al flanco, el escorzado corzo, abierta
el ala de tu nombre sobre el anca—,

y Amor, ágil remero de mis brazos
a cuya sed son tus rodillas fuente,
remonta, en curva de impalpables trazos,
de tres en tres peldaños, la corriente.

Confía el tiempo su vellón de estrellas
al resbalar dormido de tus manos
—nebulosa de olor, gravita en ellas
un girar de praderas y manzanos—,

y tu retrato inventa en mi cartera
la geometría de la primavera.

***

Tu aliento en ancha pleamar resbala
hacia el puerto desnudo de mi pecho,
y mis deseos de una sola ala
ametrallan mi insomnio, desde el techo.

Mírame aquí, frente a la primavera,
frente a tu amor, mudando voz y pluma,
haciendo de mi verso enredadera
en que es blanca la flor, verde la espuma.

El ecuador que mis riñones ciñe
como un ojo en espanto se dilata,
y el fresco zumo de mis sueños tiñe
las yemas de tus dedos de escarlata.

Mientras mi labio sorbe tu secreto
en la constelación del alfabeto.

***

En tanto que tu cielo en flor repasa
su lección de solfeo cada día
tu recuerdo, acuñado en grácil asa,
en mi trémula palma se extravía.

Buscando en tu mejilla el mejor fruto,
su vuelo ensaya mi latido mozo
sobre este lecho en prematuro luto
que, sin ti, desnivela mi sollozo.

Ya de esperar, ya de excavar en vano
vacías hornacinas de desvelo,
desfallecen mis ojos y mi mano
mientras riega mi voz el terciopelo.

Del eco, en el verdor de cuya axila
mi sed hacia tu labio se encarrila.

***

Vuelvo a encontrar tu infancia en la sortija
que tus dedos acercan a mi labio
y a cuyo roce afino como en lija,
la yema del recuerdo, en tacto sabio.

Peces de celuloide, en mi memoria
sobrenadan, de pronto, confundidos,
el pie descalzo, la jaculatoria,
el trompo, el mar, los árboles con nidos.

El Ángel de la Guarda —azul niñera
de alas encañonadas—, la dormida
sonrisa con que flota en la bañera
el alma, piedra pómez no sentida.

Y, rigiendo mis pasos, ignoradas
todavía, tu voz y tus miradas.

***

Desnuda, aquí, en mis manos, y tan tierna
como un trozo de cielo entre tejados,
sonríe mi esperanza que gobierna
el sesgo de la suerte y de sus dados.

Su dedo rosa enseña a hablar al mapa
y tiene en equilibrio mi secreto
mientras profunda y lentamente empapa
del color de tus ojos mi esqueleto.

Ahora que hace girar contrariamente
la aguja que registra mis sollozos,
en su carne mi muslo zumbar siente
un ágil brinco de deseos mozos,

Y vuelve, en torno a tu cintura, el brazo
a hallar la exacta curva del abrazo.

***

¡Cómo en mi cinto pesas, oro mío
de amor que haces anillo de la vida
en torno a esta columna de vacío
donde jadea mi ansia desvalida!

Del sueño en los avaros anaqueles
—confusas luces sobre vidrios tristes—
se alinea, vendimia de troqueles,
la inagotable piel con que me viste.

Así hoy, mañana, eternamente. Apenas
la mano en que hace nido el pensamiento
al numerado pulso de tus venas
consigue acompasar su movimiento:

que cuanto más y más tu entraña apura,
más rica de tu abrazo es mi cintura.

José María Quiroga Plá
Meseta: época 1, año 1928, Abril, número 4


Versión auditiva de la obra

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